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Karim Marzuqa

El avance de los judíos dispara la tensión en Jerusalén

 

La zona árabe de la ciudad se convierte en un polvorín tras el aumento del número de colonos

Por Juan Miguel Muñoz - Jerusalén

 

La colonización judía de la Jerusalén árabe y de su entorno avanza imparable. A la docena de grandes asentamientos que ya cercan la mitad palestina se suma el goteo de fanáticos religiosos que aprovechan ingentes ayudas financieras privadas y el respaldo del Gobierno israelí para mudarse a barrios en los que hasta hace escasos años sólo vivían palestinos. La tensión es enorme. La mecha, piensan muchos, está encendida. Resta saber su longitud. "Jerusalén Este se halla en el umbral de una poderosa explosión. Esta explosión no tendrá que ver con el nacionalismo. Sucederá por la mezcla de varios factores... Está escrito en las paredes, pero los funcionarios israelíes no pisan el lado oriental de la ciudad y no lo ven venir", ha escrito Meir Margalit, coordinador del Comité Israelí contra la Demolición de Casas, ex concejal y doctor en Historia Judía Moderna.

 

 

 
La crisis económica, la rampante corrupción de altos funcionarios de la Autoridad Nacional Palestina que se llenaron los bolsillos durante una década, la decepción respecto a un proceso de paz con Israel en el que casi nadie cree, la discriminación que sufren a diario los palestinos residentes en Jerusalén Este; en fin, la ausencia de toda expectativa configura un cóctel repleto de riesgos. Y la chispa saltará en cualquier momento. El odio se palpa, y la llegada de colonos, amparados por el Ayuntamiento y el Gobierno, hace prever a buen número de organizaciones de derechos humanos que un estallido violento es sólo cuestión de tiempo.

 
La incesante colonización ejecutada por El Ad, Ateret Cohanim y varios grupos que se nutren de donaciones de millonarios estadounidenses y de las prebendas del poder político comenzó a mediados de los noventa, precisamente cuando el hoy primer ministro, Ehud Olmert, ejercía como alcalde. Alentó la edificación y la instalación de colonos -muchos emigrados de EE UU- en los barrios árabes. Todos conocen en Jerusalén Este a Irving Moskowitz, un magnate del juego que compra predios e inmuebles en la zona ocupada para instalar a extremistas judíos en medio de un mar de vecinos palestinos.

 

 

 

"Hay grupos muy ideologizados cuya misión es traer a colonos para hacer más difícil cualquier solución. Olmert ya trabajó en EE UU para conseguir financiación para El Ad", afirma Hagit Ofran, miembro de Peace Now, una de las ONG más activas en Israel. "Para el Gobierno", añade, "es ideal. Cuenta con alguien dispuesto a pagarlo todo, aprovechando la pobreza de los más débiles". Generalmente emplean a intermediarios palestinos para las adquisiciones de parcelas a los árabes, pero se utilizan otros métodos que tendrán consecuencias: se paga a personas mayores millonadas por sus viviendas y se formalizan los documentos. Pero el vendedor puede seguir en su domicilio hasta su muerte, momento en el que los colonos ocupan su lugar. Se evita así que sean asesinados. Si un palestino vende abiertamente una casa a un judío es hombre muerto.

 

 

 

Además del muro de hormigón que rodeará Jerusalén en pocos meses, y que hace inviable la vida familiar, cultural, económica y social de decenas de miles de palestinos, el Ejecutivo de Olmert acaba de anunciar la expansión de Givat Zeev, uno de los 12 asentamientos de la ciudad. Por no mencionar Maale Adumim, que con 30.000 vecinos secciona Cisjordania en dos mitades. Habitan la parte ocupada de Jerusalén 180.000 judíos y 231.000 palestinos. Pero en el corazón árabe de la ciudad vieja -con su inmensa carga histórica, simbólica y sentimental- un proyecto ya aprobado por el municipio reúne todos los requisitos para devenir en polvorín.

 

 

 

Ante la Puerta de Herodes funcionan una comisaría y una oficina de correos, y a unos 200 metros ondea la bandera de Israel sobre el tejado del Museo Rockefeller. Nada más atravesar la puerta de la muralla, junto a los comercios palestinos, cuelgan cámaras de vigilancia. "Los colonos ya han tomado posesión de un terreno de 9.000 metros cuadrados en el que los planes urbanísticos del municipio prevén construir 42 viviendas y una gran sinagoga. Está prohibido construir junto a la muralla, y todavía más que la sinagoga supere la altura de la muralla", comenta Margalit. Es exactamente el plan diseñado por el consistorio.

 

 

 

"La zona comercial adyacente va a decaer y se están ocupando las áreas estratégicas. Es la hebronización de Jerusalén", añade el autor del libro Discriminación en el corazón de la ciudad santa. Decenas de militares mantienen vedada la circulación en buena parte del centro de Hebrón a 170.000 palestinos para preservar la seguridad de 500 colonos. "Sólo la presión internacional", dice, "podría detener este proyecto".

 

 

 

El Gobierno no esconde sus intenciones. "A medida que Olmert se retire de Cisjordania va a ir dando más propiedades a los colonos en Jerusalén Oriental", augura Margalit. Al pie de una de las empinadas cuestas que conducen al Monte de los Olivos, un cartel anuncia: "Parque Nacional de En Zurim". Nada tiene de reserva natural. Es un amplio terreno cuyos propietarios palestinos no registraron. Todos sabían a quién pertenecían los dominios. La declaración de Parque Nacional exime de compensar a los dueños. ¿Y quién es el director de Parques Nacionales? Jonatan Cohen, un colono de la extrema derecha, correligionario del dirigente de Unión Nacional Benny Elon.

 

 

 

Metros más arriba de En Zurim, en la ladera del Monte Scopus, Elon dirige una yeshiva (escuela religiosa judía). A su vera, se han trasladado unas caravanas, las que emplean los radicales para instalarse donde juzgan conveniente. Gozan de impunidad, y sólo las decisiones políticas han permitido el desmantelamiento de alguna de las 126 diminutas colonias que el propio Gobierno israelí considera ilegales. Eso sí, se requieren años. Porque los trámites judiciales se eternizan cuando el demandante es un colono. Para cientos de palestinos que edifican ilegalmente en lugares sensibles, las órdenes de demolición se cumplen sin demora. Treinta días y la piqueta comienza a funcionar. "El municipio ha declarado que hay que mantener el balance demográfico, y esto determina su política. La demolición de casas es parte de esta política, pero en los últimos 10 años todos los palestinos que han podido han regresado a Jerusalén", declara Ofran.

 

 

 

"En el Ministerio de Justicia hay funcionarios que se encargan de la administración de las tierras de los ausentes [los expulsados por las guerras]. Se las otorgan a los colonos para que las administren. Pero es una gran mentira. Se trata de judaizar la parte oriental", advierte Margalit. Un tercio de los 70 kilómetros cuadrados de Jerusalén Este acogen ahora una docena de colonias judías. Salió gratis. Aunque legalmente se debe pagar por las expropiaciones, los palestinos se niegan a recibir dinero para no legitimar la ocupación.

 

 

 

 

 

La colonización de Jerusalén Oriental marcha tan pausada como inexorable. Pero tropieza con un obstáculo. Hagit Ofran explica: "Los límites de Jerusalén los dibujaron a partir de 1967 tres generales. Incluían 28 pueblos palestinos donde vivían 70.000 personas. Hoy son 230.000". El índice de natalidad de los palestinos es muy superior al de los israelíes.
 

 
Silwan es un barrio árabe al pie de la mezquita de Al Aqsa. Otro ejemplo de la arbitrariedad. Los arqueólogos dicen haber hallado restos de la ciudad del rey David. Y ya se ha constituido un parque nacional, gestionado por El Ad. Jóvenes de acento estadounidense armados controlan el acceso al recinto. Y otros deambulan a las puertas de casas adyacentes adquiridas por colonos judíos. "Hay 80 viviendas amenazadas de demolición para extender el parque", afirma Ofran. Muchas otras -190 en los dos últimos años- ya han caído bajo las excavadoras en la ciudad.
 

 

 

 

No se puede edificar ni sumar plantas a los edificios, costumbre muy arraigada entre los palestinos cuando necesitan espacio para sus familiares. Pero de 2000 a 2003, un edificio de siete plantas en un área de 800 metros cuadrados fue alzado. Ninguna autoridad acudió a derribarlo. ¿Nadie lo vio? "El milagro se puede explicar", ha escrito Margalit, "por el hecho de que la supervisión municipal era consciente de quiénes eran los propietarios del edificio que se elevaba ante sus ojos en el corazón de Silwan". Una bandera israelí cubre varias plantas de la mole. Los residentes palestinos no esconden su frustración e impotencia. Y a duras penas su odio.

 

 

 

El Parlamento de Israel promulgó en 1981 la ley que declara Jerusalén como su capital eterna e indivisible. Pero la unidad de la ciudad, 25 años más tarde, es un mito. Los palestinos y los israelíes se dan la espalda. Los ciudadanos judíos apenas pisan la mitad árabe; los taxistas no llevan al pasajero al otro lado; la compañía de autobuses Egged no cubre la parte árabe. Son dos mundos. Aunque los palestinos de Jerusalén representan el 33% de la población, sólo se invirtió en el este de la ciudad -en 2003- el 11,72% del presupuesto municipal. Casi 6.000 shequels (1.039 euros) invierte el municipio por cada ciudadano de la parte oeste. En la zona árabe la suma se reduce a 1.300 shequels.

 

 

 

La discriminación, con todo, no hace mella en el deseo de los palestinos de permanecer en su ciudad. "Los árabes de Jerusalén Este tienen residencia permanente, que puede anular el Ministerio del Interior por razones de seguridad, pero no gozan de ciudadanía. No tienen de pasaporte", explica la activista de Peace Now. No faltan políticos que ignoran esa situación.

 

 

 

Han pasado cuatro décadas -ayer se cumplieron 39 años del comienzo de la Guerra de los Seis Días y de la ocupación de Jerusalén Oriental- y todo empeora. Hasta la primera guerra del Golfo, la libertad de movimiento era completa y la "ocupación ilustrada", como la define Margalit, permitía a los palestinos mantener una vida digna. Todo cambió a partir de 1991. "La residencia pueden retirarla si un palestino ha estado ausente durante siete años desde 1967. Pero sumando todos los periodos, no tienen por qué ser siete años consecutivos", precisa Ofran.

 

 

 

"Lo que se está haciendo es un obstáculo para cualquier negociación. La policía teme que se estén creando células terroristas. Cada bloque que se anexiona ahora es un problema para el futuro. El plan de Olmert es lo más estúpido que se puede hacer. Sólo fortalece a Hamás", concluye Ofran.

 

"La derribarán conmigo dentro"

 

A un centenar de metros de la línea verde, la frontera que antes de la guerra de junio de 1967 separaba Israel de Jordania, vive Fuad Abu Taah y su numerosa prole. Su modesta casa y la de uno de sus primos se mantienen en pie en una zona rodeada por ministerios y por el cuartel general de la policía israelí, antaño tierras de cultivo de los Abu Taah. Estuvo a punto de ser demolida en la primavera de 1982, cuando se comenzaban a alzar edificios oficiales. Pero Zenab, la madre de Fuad, se plantó con una carta en la oficina del primer ministro de Israel, Menahem Begin. Relata Fuad que su madre, hoy octogenaria y muy enferma, escribió al dirigente: "Puede usted venir a mi casa a tomar té y café cuando quiera, o derribarla. Pero será conmigo y con mis hijos dentro". Ahí resisten, sin poder colocar un ladrillo. Han rechazado ofertas millonarias. Ya en 1948, la pudiente familia Abu Taah había sido forzada a abandonar la aldea de Lifta, muy próxima a Jerusalén, y Zenab había jurado que no partiría por segunda vez.

 

Se niega a doblegarse también la familia de Mohamed Abu el Haua, asesinado el 12 de abril. Mohamed había vendido varios de sus pisos a un prominente empresario y a un abogado, ambos palestinos. Pero los inmuebles acabaron en manos de El Ad, una organización de radicales judíos cuyo designio es asentarse y colonizar los barrios árabes de Jerusalén. Mohamed hizo de todo para demostrar que no había enajenado las viviendas a los colonos. Quienes lo hacen firman sentencias de muerte. Pero el 28 de marzo, los fanáticos religiosos llegaron a los pisos que habían comprado: nacía así el primer asentamiento en el barrio de A Tur, en el Monte de los Olivos.

 

Uno de los miembros de la extensa familia Abu el Haua no alberga duda alguna: "Sicarios del empresario palestino mataron a Mohamed para que no siguiera removiendo el asunto. Su cuerpo apareció en su coche incendiado en Jericó con tres tiros en la cara y cuatro en el pecho. Pocos días después, a las tres de la madrugada, varios colonos llamaron a la puerta de la planta baja del edificio y abrieron un maletín con 300.000 dólares. Querían el último de los pisos. El hermano de Mohamed y su viuda se negaron en redondo". Hoy las banderas israelíes cuelgan en las tres plantas superiores del edificio en obras.

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